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Crónica de una UAM al Revés

  • Foto del escritor: Dra. Cristina Iuga
    Dra. Cristina Iuga
  • hace 12 horas
  • 2 Min. de lectura

En la UAM, mientras menos hagas, más apoyo recibes.


En la UAM, esa institución que presume inclusión, equidad y excelencia académica, existe una regla no escrita pero sagrada: mientras menos hagas, más apoyo recibes.


Si eres de esos académicos que jamás han publicado un artículo, que repiten la misma clase desde hace 30 años con fotocopias amarillentas, y cuyo mayor esfuerzo intelectual es poner su nombre en la lista de asistencia: ¡felicidades! La institución te premiará con un cubículo privado, computadora de última generación, recursos para congresos internacionales y, por supuesto, un equipo de ayudantes dispuestos a cargar tus presentaciones en PowerPoint.


¿Y qué pasa si eres una investigadora nacional nivel 2, con publicaciones indexadas, dirección de tesis, producción científica constante y evaluaciones docentes excelentes? Ah, eso es otro boleto. Entonces eres sospechosa. Probablemente te considerarán arrogante, incómoda, "no institucional". ¿Qué se te ocurre demostrar que se puede trabajar sin pedir favores a nadie? A ese tipo de personas, la UAM las trata como errores del sistema: sin espacio de trabajo, sin apoyo, sin recursos ni siquiera para imprimir un cartel.


Y ni hablar de los concursos de oposición. Todos sabemos que en esta gloriosa casa de estudios, el mérito sirve de decoración. La plaza ya tiene nombre desde antes de publicarse, pero hay que simular el procedimiento. A veces, por error o accidente, alguien realmente capaz la gana. Y ahí empieza el viacrucis institucional.


Porque aquí, tener logros académicos reales es una amenaza para los que solo sobreviven a punta de grilla y zalamería institucional. A esos sí se les da todo: viáticos para “ponencias” que duran 20 minutos y justifican paseos turísticos de cinco días, becas automáticas por llenar formularios, y el respeto institucional de quienes confunden sumisión con compromiso.


Así que ya lo sabes: si quieres sobrevivir y prosperar en la UAM, no se esfuerce tanto. No investigues, no innoves, no critiques, y mucho menos brilles. Caliente la silla, aprende a aplaudir en las reuniones correctas y, si tienes suerte, hasta consejero te hacen.


Y mientras tanto, los que sí trabajan, los que sí producen, los que sí enseñan… que se las arreglen como puedan. Porque aquí, el reconocimiento no se gana: se hereda.


Ah, y no puedo dejar de mencionar un privilegio personal que me distingue de otros colegas: mi cubículo es tan amplio que abarca toda la unidad. Me puedo sentar en cualquier banca, en cualquier escalón, incluso en el pasto si hay buen clima. ¡Una maravilla de espacio abierto y democrático! Nada de esos lujos burgueses como escritorio, computadora, silla ergonómica o llave para cerrar con seguridad. Mi oficina es el campus entero. ¿Qué más se puede pedir?




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